La hepatitis C es una enfermedad común que afecta principalmente al hígado. Un hígado sano se encarga de limpiar la sangre, ayuda a digerir la grasa y almacena energía. Un hígado hinchado y lastimado por la hepatitis C deja de trabajar normalmente.

Es importante saber que existen dos tipos de hepatitis C. La primera, hepatitis C crónica se mantiene activa en el cuerpo y daña el hígado lentamente y con el paso del tiempo. A la larga, se puede desarrollar cirrosis, una condición en la que la mayor parte del hígado de destruye y se convierte en un tejido de tipo cicatriz.

El problema de la hepatitis C crónica es que por lo general no presenta síntomas. De hecho, pueden pasar 30 años sin manifestar ningún tipo de daños al hígado. Es por esto que la única manera que se puede detectar esta enfermedad es a través de exámenes de sangre.

Existe también la hepatitis C aguda, pero nuevamente entre el 70 y 80% de los pacientes no muestran síntomas. Si llegan a presentarlos, se trata de una leve fatiga, vómito y náusea, pero estos síntomas pueden ser atribuidos a muchísimas enfermedades. También podría existir orina de color oscuro, un tono amarillento en los ojos o dolor en las articulaciones.

Si tienes la sospecha de haber contraído el virus, es necesario hacerse una prueba de sangre. Podrías ser el portador de hepatitis C y contagiar a personas sin saber que lo estás haciendo. Como siempre, consultar a tu médico de cabecera es el mejor consejo.